Vender la moto

El término “vender la moto” contamina y denigra una de las profesiones más nobles y esenciales del mundo, la del vendedor.

Empezaré este artículo con una anécdota.

 -¿Qué tal  Julián, cómo estás?

-Bien, muy bien. He tenido mucha suerte.

-¿Y eso?

-Es que he encontrado un mono súper inteligente, una maravilla de bicho. Está adiestrado, me hace la colada, limpia la casa, lava el coche, vamos que incluso me prepara la comida.

-¡Caray! Qué suerte. ¿Te lo compro?

-Hombre, como lo voy a vender. Si para mí es imprescindible.

-Vamos Julián. Te doy lo que tú quieras. Es que vivo solo y me siento muy desvalido. Hazme el favor, véndemelo.

-Bueno – Dijo Julián- Te lo vendo por ser tú, son 3 mil euros.

-Vale- Dijo el otro todo contento.

Al cabo de dos semanas volvieron a encontrarse. El amigo de Julián estaba furioso.

-Pero tío ¿Cómo me haces esto? Ese mono es un completo inepto, no posee ninguna habilidad especial, se pasa el día chillando y haciendo caras, no para de comer, se ensucia por todas partes, me tiene la casa hecha un desastre…

El otro le cortó inmediatamente diciéndole.

-¡Shhhhhhhhhh! Si sigues hablando así del mono no lo vas a vender nunca.

Me encanta este chiste, porque tiene la capacidad de revelarnos un pensamiento que  anida dentro del inconsciente colectivo. Es una idea que asocia la venta con el acto de hacer trampas, manipular y llevar ventaja.

Bueno, la verdad es que yo mismo, si rasco un poquito, descubro que  tengo también  este prejuicio negativo en relación a esta profesión, principalmente cuando siento la manipulación sistemática de algunas operadoras de telefonía móvil o conocidas empresas aéreas que  se pasan los derechos de los consumidores ya saben ustedes por donde.

¿Pero será que esto es válido para todos los vendedores? Pensar así sería admitir que toda la humanidad es estafadora pues todos nosotros somos mercaderes desde el instante en que nacemos.

En la infancia nos comportamos de determinada manera para conseguir ventajas de nuestros progenitores, en la adolescencia adoptamos la conducta de moda para beneficiarnos de la pertenencia a un determinado grupo,  en la juventud cuidamos nuestra imagen para lucir lo mejor posible en el escaparate social y en el ritual del ligoteo, ni te cuento. Todo ello es venderse, y no hay nada malo en ello, vender es lo más natural y digno que hay. Venderse bien es una cuestión de inteligencia y de supervivencia.

El problema surge cuando lo que vendemos no cumple con la promesa que hicimos, como en el chiste del mono y el cumplimiento de esta promesa es uno de los pilares fundamentales del librillo del buen vendedor.

 Si cuidamos esta premisa y otras más que trataré en próximos artículos, devolveremos a esta profesión la dignidad que merece,  ya que para mí, en última instancia vender es servir, es un acto de generosidad. Es ofrecer al otro un bien o un servicio que estamos convencidos de que le es necesario y que le va a facilitar la vida.

Rafeek Albertoni

Coach ilusionista

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